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365 días sin Diego Armando Maradona: el recuerdo a un año de su muerte y por qué todavía no lo podemos creer

Texto: María Victoria Pirraglia  |  Diseño: Darío Alvarellos

El 25 de noviembre del 2020, Diego Armando Maradona murió. Con un velorio a puertas abiertas en Casa Rosada, el recuerdo del gol a los ingleses y flores que caían sobre el ataúd, los fanáticos despidieron al ídolo en su paso a la eternidad.

Es la primavera del 2005. Las luces del estudio iluminan la cara de ese Dios nacido en el hospital Evita de Lanús. Al finalizar el programa sabremos que esta edición midió alrededor de 34 puntos de rating y, luego de un par de años, será una de las entrevistas más recordadas de Diego Armando Maradona. Todo eso será después: ahora, en este estudio de televisión, las luces le iluminan la cara, Diego entrevista a Diego en un original juego de roles que tiene lugar en “La noche del 10”.

“Si tuvieras que decirle unas palabras desde el cementerio a Maradona,
¿Qué le dirías?”.

pregunta el Diego periodista.

Enfrentado, el Diego jugador de fútbol, con varias arrugas alrededor de los ojos, el pelo negro, la sonrisa amplia y blanca de ganador y dos aritos en el lóbulo de la oreja, le responde: “Gracias por haber jugado al fútbol. Porque es el deporte que me dio más alegría y libertad. Pondría una lápida, gracias a la pelota”. 

25 de noviembre del 2020

¿Cómo se despide a Maradona?

“Si yo fuera Maradona viviría como él, mil cohetes, mil amigos, lo que venga al mil por cien”.

La vida tómbola, Manu Chao.

Fue el 25 de noviembre del año pasado, en un mediodía nublado en el barrio privado San Andrés de Tigre. Diego Maradona murió a causa de una insuficiencia cardíaca crónica, que terminó derivando en un edema pulmonar. En las semanas previas al fallecimiento se venía hablando bastante del goleador porque el 3 de noviembre había sido operado de un hematoma subdural crónico en la cabeza. Veintidós días después, el Dios de Fiorito, del Nápoles, de Boca, de vaya uno a saber dónde, murió. 

Mientras que la noticia de su muerte comenzaba a circular, en los medios de comunicación se palpaba la incertidumbre: decían que se encontraba en estado crítico, que lo estaban reanimando, que personal de salud trabajaba en el lugar. Después de un par de segundos, el presente ya era irrefutable y las redes sociales comenzaban a hacer lo suyo. La pelea por el rating, la primicia y el liderazgo pasó a otro plano. Era la noticia que nadie quería ni estaba preparado para dar. 

En otras ocasiones ya se había corrido el rumor de la muerte del diez. Desde aquel fatídico verano del 2000 en Punta del Este hasta el mundial 2018. Pero Diego seguía ahí, como símbolo de lo inmortal: reunido con Fidel Castro en Cuba, bailando con los jeques en Dubai, dirigiendo al Dorados de Sinaloa en Colombia y sacándose fotos con Vladímir Putin. 

Tras el minuto de espasmo, de silencio, de golpe contra el asfalto, luego de esa sensación de que era ahí donde se acababa el mundo, Argentina salió a la calle. Su casa histórica en Villa Fiorito, la cancha de Boca, la de Argentinos Juniors y la de Newells se llenaron de fotos, velas, lágrimas, rosarios, recuerdos, cartas, más lágrimas y gente que camina en los alrededores con la mirada perdida. En esos minutos la calle se transformó en una tumba. 

Lo que arrancó como un rumor horas después ya era imposible de cambiar. Los canales de televisión recordaban los mejores goles, el entrenamiento al ritmo de “Live is life”, los romances. El Gobierno se contactó con la familia y puso a disposición la Casa Rosada para realizar allí un velorio abierto que se concretó al día siguiente y fue uno de los más multitudinarios de la historia argentina.

En la mañana del 26 de noviembre, la Ciudad de Buenos Aires amaneció empapelada con carteles que tenían la imagen de Diego en blanco y negro y arriba unas letras celestes que rezaban: “ADIOS”. 

Los fanáticos, los creyentes, comenzaron la vigilia en el centro porteño la noche anterior. Fuegos artificiales, banderas, rosarios atados a las rejas, flores solas, coronas de flores, banderas colgando desde comercios, desde edificios públicos, desde casas. Si aún en el 2020 no sabíamos de qué planeta venía Diego ni a qué planeta se iba, su despedida debía ser, por lo menos, épica.

De Plaza de Mayo a la Avenida 9 de Julio se instaló un cerco en el que, aquellos que deseaban entrar a la Rosada para ver el ataúd de Diego, debían hacer la fila. El calor infernal, el sol siendo absorbido por la ropa negro de los fanáticos vestidos de luto que lloraban y se abrazaban. Una de las imágenes más virales de la jornada la lograron un hincha de River que se descompensaba de tanto llorar y uno de Boca, sosteniéndolo y acompañándolo en el sentimiento, una hermandad que solo lo divino podría lograr: eso era Diego, el amor colectivo por sobre todo lo individual. 

El féretro se encontraba ubicado dentro del Salón de los Patriotas Latinoamericanos y, en las pantallas que se habían instalado sobre la plaza se repetían una y otra vez los goles de Maradona.

“Mama, take this badge off of me I can't use it anymore It's getting dark, too dark to see I feel I'm knockin' on heaven's door”.

Knockin 'on Heaven's Door, Bob Dylan.

El velorio terminaría a las 16 y sus restos serían llevados al Jardín Bella Vista. Pero sus fieles, a los que todavía le faltaban varias horas para ingresar al salón donde también fue velado Nestor Kirchner, no podían soportar la idea de abandonar el lugar sin ver al diez por última vez. Y así arrancaron las corridas, la desesperación, la pasión desbordada en todo sentido, los hinchas derribando las vallas que rodeaban a la Casa Rosada, subidos a la reja para despedir al féretro desde el mejor lugar, el adiós que salía del alma. 

El adiós y el llanto del pueblo lanusense

Érica Magnetto tiene 35 años, vive en Lanús y se considera maradoniana: recuerda las reuniones familiares viendo partidos de la selección y dice que una de las cosas que más admira de Diego es que fue fiel a sí mismo. “Me gusta mucho el fútbol, herencia familiar tal vez, mis papás conservan aún los VHS en los que grababan los partidos de Argentina en los mundiales. Esos partidos que tenían una mística tan linda, toda la familia reunida para alentar a la selección. Y no voy a contar ninguna novedad: verlo a él, a Diego, su magia futbolística, su carisma, ese aire sobrador con el rival, pero por sobre todo la pasión, el sentimiento que le atravesaba la camiseta, la pantalla, la voz del locutor, creo que ese fue el principio de este amor, admiración por Diego”, explica.

De aquel 25 de noviembre rememora que el primer mensaje cayó en un grupo de WhatsApp laboral. “Chicas, se murió Maradona”, leyó. Un año después, al cierre de esta nota, rememora ese momento con un nudo en la garganta: “Pensé que era mentira, que se había equivocado, que entendió mal. Inmediatamente encendí la televisión y entonces sí, confirmé la noticia más triste, pero en el fondo tenía la ilusión de que sea una fake news. Lloré, lloré un montón. Me acuerdo que empezamos a escribirnos con amigos, amigas, familiares, compañeros de trabajo y la frase que sonaba en todos los mensajes era no puede ser“.

En Todo Diego es Político, un libro editado en 2021 por Síncopa y que reúne diversos textos de sobre Diego Maradona, Bárbara Pistoia explica: “Leonardo Fabio decía que se hizo peronista porque no se puede ser feliz en soledad. El acontecimiento maradoniano es lo que nos dice, entonces, que no se puede ser libre en soledad. Por eso, para un maradoniano no hay nada más liberador que un maradoniano. Y que se lea bien el parafraseado no hay nada más liberador: esta es la fraternidad que comprende y goza del amor que no se explica, la carne viva, la matrix de la doble moral prendida fuego, la fiesta popular, la fe en constante renacimiento”.

Nápoles: la Italia del sur y su devoción por Maradona

Diego en Nápoles es religión. Cuando el equipo salió campeón en 1987, Maradona se consagró como uno de los mayores ídolos del club. Incluso, colgaron una bandera en las afueras del cementerio en la que se leía: “E non sanno che so perso”, explicándole a los difuntos que jamás podrían disfrutar de la magia y la dignidad que el diez le había dado al equipo y a la ciudad. 

Algunos días después de su muerte, el club decidió cambiar el nombre del estadio (llamado San Paolo hasta ese entonces) a Diego Armando Maradona. Tras conocer la noticia de su  fallecimiento, las autoridades italianas se preocuparon por una posible ola de suicidios.

Un coche fúnebre, un cordón policial que marca el límite entre la multitud, los hinchas arriba de las rejas de la Casa Rosada, la mística intacta, las camisetas, las flores en el piso, el calor, los tatuajes con la cara de Diego, la cera de las velas derretidas sobre la Plaza de Mayo. Es la despedida del féretro al ritmo de “Dale campeón”. 

El auto agarra Avenida Paseo Colón con rumbo al cementerio. Los papeles cuadrados caen sobre el asfalto. Se parece a una final del mundo, a los festejos en el Obelisco, al día en que dijo que se equivocó y pagó, pero que la pelota no se mancha. Se parece a todo menos a un velorio. Así y con una caravana que lo seguirá hasta donde pueda, el cuerpo de Diego avanza a la inmortalidad.

Texto: María Victoria Pirraglia  |  Diseño: Darío Alvarellos   |  Fotos: Juan Ignacio Roncoroni / EFE